Personalmente, los bodegones son un estilo pictórico que no me llamaban la atención hasta hace poco. Y es que, a priori, ver representadas frutas ordenadas estratégicamente sobre un mantel o lo que fuera no me parecía llamativo. Todo esa percepción cambió, como muchos de los espectadores sabréis, tras empezar a trabajar en La más fuerte.
Para los que están por llegar, la obra nos cuenta, en su texto original, el encuentro de la Señora X con la amante del marido en un café el día de Nochebuena. La mujer va al encuentro de su ex-amiga, la cual lleva tiempo en relaciones secretas con su marido. Un monólogo intenso donde la una habla y la otra escucha. En resumidas cuentas no viene a ser más que un enfrentamiento entre la que desea perdurar y la que perdura. El enfrentamiento de situaciones estancadas. La Señora X en potencia de ser la Señora Y (la amante).
En este punto, en el principio del proceso creativo me introduje en la idea del reflejo, pero sentía que algo se quedaba colgado si lo miraba desde ese punto de la ecuación, ya que más que el reflejo, representaba todas las proyecciones de la Señora X. Todo lo que quería ser. Era más Alicia a través del espejo que frente a él.
Es aquí donde encontré el hilo del recuerdo y la naturaleza muerta. Y es que la psique de estos personajes funciona como un bodegón. La necesidad de mantener un estado eternamente vivo y fresco, cuando la realidad del tiempo es que la fruta está ya marchita.
Convertida en “Amelia”, la Señora X es un personaje que no quiere moverse, cuya fortaleza perdura en la inmortalización de una situación idílica en un matrimonio podrido. Esa proyección, ese ser “la más fuerte”, es autodestructivo porque es un anhelo de retener el tiempo, de dejarlo estático.
La psique de estos personajes funcionan rechazando el cambio. Una realidad muy presente en nosotros. Empatizamos con la Señora X porque rechazamos el movimiento, el tiempo. Tememos al cambio y mantenemos todos los recuerdos idílicos fijados, como bodegones, sin ser conscientes de que la podredumbre ha llegado al recuerdo, produciendo en nosotros una incoherencia tempo-emocional. Es decir: anhelamos la forma del recuerdo cuyo cuerpo está podrido.
Para acabar, todo este concepto de la psique como bodegón se puede encontrar en la propia puesta en escena. La cesta de fruta, perfectamente ordenada, bella y equilibrada se va poco a poco vaciando, ensuciando, destruyendo, desvaneciendo en el espacio de representación donde es pisoteada y destruida, como hace el tiempo en nuestra memoria.
Os recomiendo que echéis un vistazo a los bodegones, tanto artísticos como cotidianos y plantee la reflexión de que es lo que se añora.